Me gusta estar borracho, de vez en cuando, / para olvidar las penas que estoy pasando. / Con una copa, diaria, de vino tinto / soy amigo del nardo y de los jacintos.
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Cada vez que me acuerdo de mi hijo / me da como una punzada, / aquí, muy dentro del pecho, / donde se halla colocada,
Pasaron esos años, de juventud querida, / pasaron y se fueron se llevaron la ilusión. / Hoy día recordamos las páginas vividas, / que quedaron escritas en el mismo corazón.
Oiga que es jodío enamorarse cuando los suegros no pueden / Verlo, a uno, ni asomarse cerca de la que uno quiere, pue / Hay que armarse de paciencia y andarse vienda a escondías / Casi siempre biénn de noche y haciéndole el quite al día
Recitado. / Mañana, mañana, mañana me voy de viaje. / Voy a echar a andar por un sendero, largo, / verde arena y mar
Entre cerrando los ojos y los dientes apretados / ¡comeme perro! me icia, mientras la estaba besando / Sus gruesos labios ardientes sobre los mios cargando / Sus ochenta kilos mecón, que me los iba tirando
Ande m’hijo acérquese / que fue lo que le dijo anoche a su hermana / yo no entendí mucho, pero una palabra / p’a serle bien franco, no me gustó nada.
Antofagasta no me ignores cuando paso por tus calles, hoy. / Por favor no me vuelvas la cara como a un desconocido, hoy. / Si no me das un beso y un abrazo, como se da a los hijos, hoy. / Guíñame un ojo y sabré, guíñame un ojo y sabré, que por lo menos estoy.
La artesa donde lava la mujer proletaria, / con voz húmeda y clara me canta desde el agua, / corriendo por las venas, de la mujer del pueblo, / va rompiendo cadenas y construyendo sueños.
El vendedor de diarios / que grita en mi ventana / tiene cinco hijos / que alegran sus mañanas,